En el Litoral Argentino, existen muchas leyendas, entre
ellas está... “La leyenda del Perrito blanco.”
Esta historia esta basada en un hecho real y comienza así...
Hace muchísimos años atrás, un joven que residía en una
estancia, pronto se casaría con la mujer más bella de todo el pueblo. El
muchacho se llamaba Aniceto Núñez y la joven, Griselda Guzmán.
Ambos se amaban, planeaban formar una familia, casarse,
tener muchos hijos. Ya habían fijado fecha para su casamiento y ese día al fin
llegó.
Aniceto y Griselda, dieron el sí ante el altar armado en un
lugar muy bello de la estancia y después de la fiesta, Griselda se retiró a su
hogar para prepararse para la luna de miel.
Aniceto, se había quedado disfrutando un poco más de la
fiesta, junto a familiares y amigos.
-Creo que ya es hora de ir a buscar a Griselda.- dijo
Aniceto a sus padres.
-Cuídate hijo, que tengan un muy buen viaje.- le deseo su
madre.
-Hasta la vuelta Aniceto.- le dijo su padre dándole un
abrazo.
Cuando Aniceto estaba ensillando su caballo, dos de sus
mejores amigos se acercaron a él.
-¿Quieres que te acompañemos?- le preguntó Félix.
-¿En serio me quieren acompañar?- preguntó asombrado
Aniceto.
-¡Pues claro hombre!- exclamó Lorenzo.
-Bueno, está bien, acepto que me acompañen.- dijo Aniceto
muy alegre.
Partieron los tres juntos a caballo rumbo a la casa de
Griselda. En el camino iban recordando sobre las travesuras que realizaban
cuando eran pequeños; se reían tanto hasta lagrimear.
Pero en un lugar del camino, se les apareció de la nada, un
perrito blanco pequeño que moviendo su rabo y ladrando insistentemente, se les
cruzaba de un lado para el otro impidiéndoles el camino.
-¡Mira a ese perro, no nos deja avanzar!- dijo Aniceto.
-¡Fuera perrito!- gritó Félix.
-¡Esperen, los caballos se están enloqueciendo!- exclamó
Lorenzo.
Aquel perro blanco no los dejaba continuar con su camino,
los caballos se sentían nerviosos y no querían caminar más, tenían sus patas
como paralizadas.
-¡Algo tenemos que hacer para quitar a este perro del
camino, Griselda me está esperando!- dijo enfadado Aniceto.
-Aniceto, lo mejor va a ser que regresemos a tu casa.- dijo
Lorenzo.
-¿Cómo dices? ¡Te has vuelto loco!- gritó ofuscado Aniceto.
-Mira, hay una leyenda que dice, que cuando sale de la nada
en medio de un camino desolado un perrito blanco y se te cruza ladrando y
moviendo el rabo impidiéndote continuar con tu camino; quiere decir que algo
malo te va a suceder, por eso es que el perrito toma esa actitud. Ahora, si el
perrito que se te aparece se coloca a tu lado como acompañándote, eso quiere
decir, que lo hace para guiar tu camino y para que nada malo pueda pasarte en
tu trayecto.- dijo Lorenzo.
-¡Qué tonterías son esas, por favor!- exclamó Aniceto,
después de haber escuchado atentamente el relato de su amigo.
-No son tonterías, es la verdad, mejor volvamos.- dijo
Lorenzo tratando de convencer a Aniceto.
-¡Pues yo no pienso regresar, no creo en esas leyendas
urbanas que se andan contando por ahí; si ustedes tienen miedo de que algo malo
les suceda, pueden irse nomás, yo voy a continuar con mi camino con perro o sin
perro!- gritó ofuscado.
-Está bien Aniceto, como tú quieras, yo no sigo, me vuelvo a
la estancia.- dijo Lorenzo muy seguro.
-Está bien. Y tú Félix, ¿qué vas a hacer, vienes o te vas?-
preguntó Aniceto.
Félix, que hasta ese momento se encontraba observando y
escuchando sin decir una sola palabra, le respondió a su amigo:
-Lo siento mucho Aniceto, regreso con Lorenzo.- dijo bajando
la mirada.
-¡Está bien, me dejan solo cobardes, váyanse, que yo no
tengo miedo!- dijo tomando las riendas de su caballo y continuando su camino.
Aniceto, no creía en esas leyendas que se cuentan en el
campo sobre aparecidos, la luz mala y tantas otras. Continuó cabalgando con su
potrillo sin tener ningún problema; el perrito blanco ya había desaparecido, él
iba muy contento ansiando llegar a la casa de su amada Griselda.
Pero a veces, hay que creer en ciertas cosas que suceden
aunque parezca mentira, porque cuando Aniceto al fin llegó a la casa de su
amada, se encontró con una gran sorpresa...
Se hallaba descendiendo de su caballo, cuando sintió un gran
ardor en su espalda, se dio vuelta para ver lo que le había provocado ese ardor
y dolor, y pudo darse cuenta de que se encontraba lastimado, alguien le había
asestado una puñalada certera. Aniceto, mal herido comenzó a caminar hacia la
casa de su amada Griselda en busca de ayuda, se encontraba perdiendo mucha
sangre. Su agresor, amparándose por la oscuridad del lugar, le asestó otra
puñalada, pero esta vez en el pecho que dejó a Aniceto casi sin sentido.
Arrastrándose, pudo llegar a la puerta de la casa de
Griselda; la llamó con las pocas fuerzas que le quedaban y cuando ella abrió,
encontró a Aniceto ya muerto.
Al poco tiempo de la muerte de Aniceto, se pudo encontrar a
su agresor, era un joven vecino de Griselda que se encontraba perdidamente
enamorado de ella.
Cuando en el juicio le preguntaron, por qué había cometido
semejante delito, él respondió sin remordimiento:
-Lo maté porque Griselda se casó con Aniceto, a mí me
despreció, así que si ella no es mía, nunca va a ser de nadie.
Aniceto, hizo caso omiso al mensaje que le quería transmitir
aquel perrito blanco al cruzarse en su camino. Tal vez si él hubiera regresado
aquel día a su estancia, aun estaría con vida.
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