Luciano tenía tan sólo cinco años de edad, cuando le sucedió
algo muy extraño, que a pesar de contar en la actualidad con cincuenta años,
aun lo recuerda.
Luciano, residía en la Provincia de Corrientes, exactamente en un pueblo
llamado “Gobernador Martínez”, segunda sección de Goya, o sea la segunda
Capital de esa Provincia. Allí vivía junto a sus padres y cinco hermanos.
Cierto día, había fallecido un gran amigo de su padre,
apodado “El viejito Ortiz”. El papá de Luciano decidió asistir al velorio,
su pequeño hijo lo acompañó. Cuando llegaron al lugar donde estaban velando los
restos de aquel amigo de su padre, Luciano entró en pánico... veía
al “Viejito Ortiz” con su mortaja sentado a su lado, el hombre le
sonreía; Luciano se puso a llorar, ¡pobrecito, era tan pequeño! Le contó a su
papá lo que le estaba sucediendo sin dejar de llorar, entonces su padre decidió
retirarse de aquel lugar para que su hijo se calmara. Pero no fue así, al salir
de allí se adentraron en el monte para poder cortar camino hacia la casa, la luna
al estar llena iluminaba todo el sendero por el que iba caminando el padre de
Luciano con su hijo en brazos.
-¿Qué sucede hijo que no dejas de llorar?- le preguntó su
papá- ¡Ya nos alejamos de aquel lugar, vamos para casa!
-¡Papá, el “Viejito Ortiz” nos sigue, viene
caminando detrás de nosotros con su mortaja, tengo mucho miedo papá!- respondió
Luciano aterrorizado.
Su padre se dio vuelta para ver si alguien se encontraba
detrás de ellos siguiéndolos y no pudo divisar nada, nadie los estaba
acompañando; en medio de aquel sendero, sólo iban caminando Luciano y su padre,
nadie más iba con ellos.
Cuando llegaron a la casa, el niño dejó de llorar. No se
calmó por haber visto a su madre, se tranquilizó porque aquella figura
espectral ya no estaba más a su lado, había desaparecido.
Luciano también recuerda que cuando tenía ocho años,
mientras jugaba en el patio con sus hermanos, vio que por un surco de una
plantación de tabaco, venía caminando una señora vestida como una religiosa;
tenía una sotana de color negro y sobre su cabeza llevaba un pañuelo también
negro que en el medio tenía escrita unas letras blancas.
-¡Miren a esa señora!- exclamó Luciano al verla.
Sus hermanos dejaron de jugar y se quedaron observando el
lugar que él les indicaba. Ellos no podían divisar nada, Luciano tampoco,
porque cuando él volvió a mirar... aquella extraña mujer había desaparecido.
Increíblemente estos casos o sucesos suelen suceder en el
Litoral de nuestro país.
Está comprobado científicamente que los niños, los caballos
y los perros están capacitados para ver lo que nos es invisible a nuestros
ojos.
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