Casi nadie en Loreto lo conocía de otra manera que por
"Paí Pajarito".
Algunos de los más viejos del pueblo aseguraban que su
apellido era Ortiz y que su nombre debía ser algo así como Francisco o
Federico. Cuando, llenos de respetuosa humildad, los curiosos interrogaban:
- ¿Cómo se llama, Padre?
- "Paí Pajarito".
- Pero - solían insistir - ése no es un nombre, Padre...
- ¿Y por qué no ha de serlo, hijo? Si con él me conozco y me
estiman, eso me basta. ¡Un pajarito del Señor! ¡Alabada sea su gloria! y nada
más.
Luego tomaba las cuentas del rosario entre sus toscos dedos
y, dando comienzo a sus rezos, se iba por los caminos procurando empequeñecer
su alta silueta: gacha la cabeza, hundidos los hombros, arrastrando los pies
por la tierra del camino. De los ranchos de barro y paja escapaban chiquillos
desgreñados y mugrientos a arrodillarse a su frente.
- ¡La bendición, "Paí Pajarito"!...
La ancha mano del cura trazaba en el aire el signo de la
cruz y sus labios derramaban las sacramentales palabras.
- ¡Dios te haga un santo m'hijo!...
A veces, escapando de su guarida en los esteros del Iberá,
era un paisano rotoso, de lacios cabellos grasientos, mirada arisca y gran
cuchillo cruzado en la cintura quien se detenía a su paso, con el aludo
sombrero entre las manos, para pedir respetuosamente:
- ¡La bendición, "Paí Pajarito"!...
Tal como lo hiciera con el niño, el religioso alzaba su mano
en el gesto del ritual sobre el hosco "lagunero" y repetía:
- ¡Dios te haga un santo m'hijo!...
Y, al alejarse de su lado, el sacerdote pensaba:
- Seguro que éste no debe tener la conciencia muy tranquila.
Alguna res carneada en lo oscuro o quizá alguna "desgracia". Por las
dudas, recemos por el alma del difunto...
Bondadoso y de pocas letras "Paí Pajarito"
gobernaba espiritualmente su grey con métodos de cristiana simplicidad. Hacía
el bien y procuraba evitar el mal. Más que el castigo le gustaba perdonar,
pero, si era necesario sabía ser duro e inflexible como el que más. Mascullaba
unos pocos latines y sus sermones estaban llenos de coloridas imágenes que
llegaban directamente al entendimiento de sus feligreses. No se andaba con
chiquitas con las interjecciones y las decía con todas sus letras. Cuando era
preciso acudía al cantarino idioma guaraní para aclarar los puntos más
difíciles.
"Paí Pajarito" había sido uno de los trescientos
jóvenes misioneros que el muy correntino don José de San Martín, oriundo de la
reducción jesuítica de Yapeyú, había pedido para formar el grueso de sus
Granaderos a Caballo. Y con su comprovinciano había estado en San Lorenzo,
Chacabuco y Maipú. Con él subió hasta el Perú, por el Pacífico, peleando y
luchando por la causa de la libertad. A fuerza de coraje consiguió los galones
de capitán y el respeto de sus jefes.
Después los rumores eran confusos. Unos decían que, herido,
había estado internado en un convento de Lima donde un monje muy piadoso lo
había convencido para que tomara los hábitos, otros que lo hizo complaciendo un
pedido de su madre, y no faltaban los que hablaban de una mujer...
* * *
En su pobre habitación, "Paí Pajarito" pasaba
revista a su modesto vestuario. Con dolidos ojos contemplaba el verdoso
pantalón con el profundo desgarrón que acababa de hacerse en la gastada tela al
intentar ponérselo.
- Lo voy a llevar a doña Jacinta para que lo zurza - pensó
-. Entretanto, sin embargo, debo ponerme algo...
Buscó y rebuscó con la mirada por la desnuda pieza y,
finalmente, se dirigió a un antiguo arcón. Levantó la tapa y de allí extrajo
sus viejos pantalones de granadero junto con un par de polvorientas botas y se
vistió con dichas prendas.
Por un momento recobró su militar aplomo. Cerró los ojos y
un mundo de recuerdos pasó por su memoria. Su figura se agrandó al alzarse de
hombros y dilatarse el amplio pecho.
Súbitamente, sin embargo, pareció despertar y tendiendo la
mano a la raída sotana cubrió con ella su atavío guerrero. Buscó el breviario y
yendo lentamente de arriba abajo por la estancia, dijo con pausa sus oraciones
matinales. Concluidas ellas salió al patio de la iglesia a pasearse debajo de
los naranjos que él mismo había plantado y cuidado. Y allí lo encontró, minutos
más tarde, doña Porfiria Gómez, la viuda de don Anacleto Gómez que hacía seis
meses había muerto de resultas de una picadura de una yarará.
- ¡Buenos días, Padre!
- ¡Buenos días, hija! ¿Qué te trae por estos lugares tan de
mañanita?
- Es por mi hijo, sabe... el Pantaleón...
"Paí Pajarito" fue en busca de unas sillas de paja
e invitó:
- Sentate y hablá...
La vieja, lentamente, empezó a narrar su cuita.
- Después que murió mi viejo al capataz le dio por invitar a
mi hijo para salir de diversiones. Primero eran unas pocas veces a la semana,
pero, ahora, son todos los días. Varias noches no ha vuelto a dormir a casa...
Poco a poco me está vendiendo las vaquitas. Y todo por culpa del capataz.
Hizo una pausa para secar unas lágrimas y continuó:
- Ahora están en el boliche de don Lerma... Mi hermano
Andrés se comidió para ir a hablar con él pero "el Mellado" lo
insultó groseramente y hasta lo amenazó con el facón...
- ¡Y tan bueno que era Panta!...
- Y es bueno, Padre, es ese hombre quien lo tiene así... Si
Ud. se animara y lo fuera a hablar... El a Ud. lo respeta mucho...
- Bien, mujer, iré...
- Pero tenga cuidado con el capataz que es malo. Dicen que
debe dos muertes en el Brasil...
- No te aflijas, hija, Dios cuidará de mí.
* * *
El boliche de don Lerma estaba cerca de los esteros del
Iberá. A él llegaban de noche los hirsutos "laguneros" con su carga
de cueros de carpincho, de nutrias o de vacunos cuatrereados en las estancia
vecinas y de allí llevaban a sus misteriosos escondites su provisión de yerba,
tabaco, caña paraguaya y balas de máuser. Siempre había gente y bullicio en el
boliche y esa mañana la fiesta, comenzada la noche anterior, seguía con toda
animación. Un acordeonista ciego, un guitarrero viejo y un arpista paraguayo
tocaban incansables interrumpiéndose sólo para beber. Unas pobres mujeres y
unos paisanos sin ocupación bailaban y bebían a costa de Pantaleón Gómez, que,
semiembriagado, decía de tiempo en tiempo:
- Sirva otra vuelta, don Lerma, que yo pago...
A su lado, Cristino Vallejos, "el Mellado", lo
palmoteaba animándolo.
- Así me gusta Pantaleón... Ahora sí que sos un hombre...
De pronto callaron las risas y la música se detuvo después
de unos solitarios compases del ciego que, extrañado, preguntaba:
- ¿Qué pasa?... ¿Qué pasa?
Pero nadie se molestó en contestarle observando la oscura
silueta de "Paí Pajarito" recortada en el marco luminoso de la
puerta.
- Pantaleón... - llamó el cura.
El muchacho se levantaba ya cuando "el Mellado" lo
tomó de un brazo y ordenó:
- Ud. se me queda acá.
Al oírlo el religioso se internó en el recinto y se acercó a
la mesa donde se encontraba el joven.
Ignorando al hombre se dirigió al hijo de doña Porfiria.
- Vamos, hijo, tengo que hablar contigo.
"El Mellado" dijo entonces secamente:
- Aquí está y aquí se queda.
Humildemente "Paí Pajarito" rogó:
- Déjelo ir, la madre está afligida...
- ¡Y a Ud. qué le importa! - dijo el otro, agregando: -
¡Pollerudo entrometido!
Uno de los circunstantes al oír el insulto se atrevió:
- Pero, don Cristino, respete al Padre...
- ¡Qué Padre ni ocho cuartos!... ¡Y vos también cerrá el
pico o te achuro...!
Calló el comedido, atemorizado, y el bravucón ensoberbecido,
ordenó:
- ¡Y ahora siga la fiesta!... Y Ud. fraile baile y chupe o
salga de aquí adonde naide lo ha llamado...
Pálido, muy pálido, "Paí Pajarito" se dio vuelta y
se dirigió mansamente hacia la salida. Antes de llegar a ella aún le alcanzaron
las mofas del insolente:
- ¡Dice que jué granadero`e San Martín!... ¡Qué va a ser!...
Si ni es hombre ese marica...
Salió del boliche "Paí Pajarito" pero todavía
adentro reinaba el silencio ya que la afrenta al buen cura había espantado a
los presentes.
- ¡Siga la fiesta, he dicho! - repitió "el
Mellado" cuando la claridad matinal que penetraba por la puerta tornó a
oscurecerse.
Y "Paí Pajarito", pantalón y botas de granadero,
el recio torso apenas cubierto por una camiseta y la sotana arrollada sobre el
brazo a manera de poncho, volvió a entrar. Se dirigió hacia el mostrador y,
tomando el largo cuchillo que don Lerma utilizaba para sus menesteres, ordenó:
- Pantaleón Gómez, váyase de aquí y Ud. si es hombre, impídalo...
"El Mellado" sacó su puñal y se cruzó delante del
adolescente.
- ¡Hombre y bien hombre soy!
Rápido como la luz el granadero de San Martín estiró el
brazo y pegó un un planazo sobre el rostro del otro. Enfurecido "el
Mellado" contestó con una feroz puñalada que se perdió en el vacío
mientras que con una agilidad insospechada su contendor le aplicaba recios
golpes sin herirlo.
Así el duelo prosiguió por un momento entre el asombro de
los espectadores. "El Mellado" tiraba a matar pero su adversario lo
esquivaba y lo atontaba dándole con el plano del cuchillo como si jugara con
él.
Hasta que al fin, cuando ya el sudor bañaba su frente, dio
un hachazo recio y certero y la mano del matón quedó colgando, casi separada
del brazo, por un tajo feroz que seccionó músculos y tendones.
- ¡Matame cura maldito y no me dejés inútil...! - rugió el
herido desangrándose. "Paí Pajarito" irguió por un momento su fuerte
figura, resplandecieron sus negros ojos y por espacio de un breve minuto,
pareció dispuesto a "despenar", pero, dejando el cuchillo sobre una
silla, bajó la cabeza y hundió sus hombros recobrando su modesta apostura.
- La vida, hijo... le contestó - es de Dios y sólo Él puede
quitarla.
Y mientras las mujeres ponían en la herida telas de araña
para restañar la sangre, se colocó sus hábitos, recogió del suelo el breviario
que había caído del bolsillo y, llamando al asustado muchacho, le dijo:
- Vamos, Pantaleón...
Salieron juntos a la brillante luz de la mañana y ya fuera
el cura le indicó con voz suave:
- Hijo, andá a consolar a tu madre que te espera en la Iglesia.. .
- Sí, Padre, y perdóneme mis faltas...
- Dios y no yo ha de perdonarte. Y ahora vete que estará
intranquila.
Partió Pantaleón presuroso y detrás de él siguió "Paí
Pajarito" con su lento paso arrastrándose por el polvo del camino, más
gacha que nunca la cabeza, más hundidos los hombros y más ferviente en sus
labios la oración:
- "Padre nuestro que estás en los cielos..."
Y como siempre salían a su paso los chiquillos:
- ¡La bendición, "Paí Pajarito"!
- ¡Dios te haga un santo m'hijo!
* * *
Aún se ven en Loreto los naranjos de "Paí
Pajarito".
Este cuento también forma parte del argumento de la película
"Alto Paraná" que dirigió Catrano Catrani.
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