– Ponga usted más cartas... –
dicen unos.
– ¡Qué lástima que usted haya
puesto esas cartas! – dicen otros.
– Las cartas son buenas – afirma
un tercero – pero tal autor las tiene mucho mejores.
Yo los oigo y pienso en los
párrafos de una epístola de Rainer María Rilke: «Usted mira hacia afuera y
esto, sobre todo, no lo debiera hacer usted ahora. Nadie puede aconsejarlo, ni
ayudarlo, nadie. No hay más que un único medio. Vuélvase usted en sí mismo.
Indague la razón que lo hace escribir; examine si extiende sus raíces en el
lugar más profundo de su corazón, confiese a sí mismo, si tendría que morir al
serle negado escribir. Esto sobre todo: en la hora más queda de su noche,
pregúntese: "¿Debo escribir?"».
Esto es lo que he hecho y aquí van
las cartas, porque entiendo que ellas son un reflejo del alma colectiva. Hace
falta que algún paciente coleccionista se dedique a recogerlas y a estudiarlas
para ver la real psicología de un pueblo a quien el cósmico sentimiento de la
fatalidad, que ha pesado sobre sus destinos por centurias, no ha podido borrar
de sus labios la sonrisa ni apagar en sus ojos el brillo de la mirada cargada
de malicia. Porque el correntino, debajo de su ruda corteza, guarda el tesoro
optimista de la alegría. Esa alegría que se vuelca en el tono vivaz de sus
canciones, en el gracejo de sus coplas y en la ironía sutil o cruel de sus
refranes. Un sentido particular del humor que, a veces, lo hace presentarse más
torpe de lo que es, para luego gozarse de sus pretendidos burladores ante sus
iguales.
Hay otras cartas que son mejores
que las que presento. No lo niego. Pero es que no he querido apartarme de la
realidad para "fabricar" cartas deliberadamente jocosas, sino que he
tratado de imitar su estilo y conservar su ortografía, ambos atrozmente
desfigurados por el empleo del guaraní, donde no existen diferencias entre el
tú y el vos y donde giros característicos de una sintaxis primitiva, conceden
al lenguaje una peculiaridad "sui géneris". Lógico es que siendo productos
de la inventiva hayan dejado en algunas correr la fantasía, pero otras y he
aquí lo doloroso, son rigurosamente auténticas y ofrezco sus originales a los
descreídos. Sirvan ellas para conocer, de pasada, a una parte del pueblo, a
quien el leve matiz de instrucción recogido en el breve lapso de su paso por
dos o tres grados de la escuela primaria o el aprendizaje adquirido en los
cuarteles, no consiguió limar la aspereza brutal de sus pasiones y ni siquiera
pudo disminuir el pesado fardo de su ignorancia.
Desde luego que no todos los
correntinos escriben así. ¡No!... Sólo el estrato más bajo de la población y de
ellos he podido recogerlos gracias a la valiosa colaboración de los señores
Oscar Malvicino, Erwin Rivera, Elco Cornú, G. Cabral y algunos otros que me han
facilitado interesantes muestras. ¡No! Todos los correntinos, no escriben así y
cuando algún día se haga la historia del aporte cultural de Corrientes a la
ciudadanía se apreciará en todo su valor la obra de esos abnegados maestros
correntinos que fueron a llevar las luces del alfabeto a las selvas del Chaco,
de Formosa o de Misiones, que se desparramaron por la pampa y la fría Patagonia
en aquellos tiempos en que no había en esos lugares sino peligro, soledad y
desamparo, apostolado espiritual efectuado por legiones y legiones de jóvenes
maestros que llevaron la luz de su saber por otras provincias y territorios
mientras a pocos metros de ellos, sus hermanos correntinos, seguían sumidos en
la oscuridad y en la ignorancia.
¡No! Todos los correntinos no escriben
así, pero algunos aún lo hacen...
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