El 8 de septiembre de 1989, un colectivo con jóvenes
chamameceros cayó al río Paraná de manera increíble. Zitto Segovia, Johnny
Berh, los hermanos Michel y Gringo Sheridan, Carlos Paniagua y Yacaré Aguirre
se ahogaron con los dos choferes. El accidente conmocionó al país, entre las
víctimas había cinco de los músicos chamameceros más prometedores de fines de
los 80 y Zitto Segovia, recordado y hoy transformado en mártir por toda la
cultura litoraleña. También murieron los dos choferes del colectivo que se
desbarrancó.
Por lo tanto, en el marco del mes del chamamé, hoy se llevará a cabo, en Costanera General San Martín frente a la escultura dela Virgen Stella Maris;
un homenaje a los músicos fallecidos, ellos son: Ramón “Zitto” Segovia, Johnny
Bher, Carlos “Chango” Paniagua, Daniel “Yacaré” Aguirre, los hermanos Miguel
Angel “Michel” y Joaquín “Gringo” Sheridan. Para homenajearlos habrá un
festival musical.
Por lo tanto, en el marco del mes del chamamé, hoy se llevará a cabo, en Costanera General San Martín frente a la escultura de
Historia de la tragedia
El accidente
Todo comenzó –según los testimonios– con un sueño: viajar a
Niza (Francia) a participar de un festival folclórico internacional. De allí
pretendían viajar hasta España para reunirse con uno de los guitarristas de
Alfredo Zitarrosa y radicarse en Europa.
“La delegación” estaba conformada por Zitto Segovia, Johnny Berh, Carlos Chango Paniagua, Daniel Yacaré Aguirre, los hermanos Miguel Ángel Michel y Joaquín Sheridan, Carlos Miño, César González, Ricardo Scófano, Ricardo Tito Gómez y Cacho Espínola.
Zitto Segovia era cantautor de la “nueva trova” del Chaco. Entendidos le adjudicaban por esos tiempos un estilo “renovador” y un futuro prometedor. Johnny Berh, percusionista de Zitto, también formaba parte de aquel sueño de llegar a Francia. “Aportaba la rítmica precisa para el inédito repertorio de Segovia en sus chamamés-candombes y charandas que exhumara con gran aceptación popular”, dicen las crónicas. Ambos murieron.
Los hermanos Gringo y Michel Sheridan se habían unido a otro de sus hermanos, el Bocha (Santiago) y a Ricardo Tito Gómez. Los cuatro formaron un conjunto denominado “Reencuentro”. En el momento de la tragedia, el cuarteto chamamecero estaba gozando del aplauso que merecieron algunos de sus primeros trabajos discográficos. Su repertorio fue calificado como “muy personal” y ensamblaban acordes y arreglos instrumentales y creativos del Gringo y de Tito, con las voces de Michel y Bocha. El Gringo y Michel murieron.
Leónidas Chango Paniagua estaba en el Trío Corrientes, con Ricardo Scófano y Oscar Espíndola. Estos dos últimos salvaron milagrosamente sus vidas de las torrentosas aguas, pero no así Paniagua.
El mítico Yacaré Aguirre, recitador y presentador de conjuntos chamameceros que había iniciado sus actividades dentro de la música junto a Tránsito Cocomarola, fue el sexto chamamecero muerto
Del trágico accidente logran salvar sus vidas Miño, González, Scófano, Tito Gómez y Espínola. Zitto, Johnny Berh, Paniagua, Yacaré Aguirre y los hermanos Sheridan tuvieron otro destino: la inmortalidad.
“La delegación” estaba conformada por Zitto Segovia, Johnny Berh, Carlos Chango Paniagua, Daniel Yacaré Aguirre, los hermanos Miguel Ángel Michel y Joaquín Sheridan, Carlos Miño, César González, Ricardo Scófano, Ricardo Tito Gómez y Cacho Espínola.
Zitto Segovia era cantautor de la “nueva trova” del Chaco. Entendidos le adjudicaban por esos tiempos un estilo “renovador” y un futuro prometedor. Johnny Berh, percusionista de Zitto, también formaba parte de aquel sueño de llegar a Francia. “Aportaba la rítmica precisa para el inédito repertorio de Segovia en sus chamamés-candombes y charandas que exhumara con gran aceptación popular”, dicen las crónicas. Ambos murieron.
Los hermanos Gringo y Michel Sheridan se habían unido a otro de sus hermanos, el Bocha (Santiago) y a Ricardo Tito Gómez. Los cuatro formaron un conjunto denominado “Reencuentro”. En el momento de la tragedia, el cuarteto chamamecero estaba gozando del aplauso que merecieron algunos de sus primeros trabajos discográficos. Su repertorio fue calificado como “muy personal” y ensamblaban acordes y arreglos instrumentales y creativos del Gringo y de Tito, con las voces de Michel y Bocha. El Gringo y Michel murieron.
Leónidas Chango Paniagua estaba en el Trío Corrientes, con Ricardo Scófano y Oscar Espíndola. Estos dos últimos salvaron milagrosamente sus vidas de las torrentosas aguas, pero no así Paniagua.
El mítico Yacaré Aguirre, recitador y presentador de conjuntos chamameceros que había iniciado sus actividades dentro de la música junto a Tránsito Cocomarola, fue el sexto chamamecero muerto
Del trágico accidente logran salvar sus vidas Miño, González, Scófano, Tito Gómez y Espínola. Zitto, Johnny Berh, Paniagua, Yacaré Aguirre y los hermanos Sheridan tuvieron otro destino: la inmortalidad.
Señales de muerte
Los relatos sobre la tragedia aseguran que la delegación
tuvo un fuerte revés por parte de un funcionario del gobierno correntino y no
pudo participar de un festival donde pretendía difundir su música. En ese
momento, decidieron realizar una gira por distintas localidades del Nordeste.
Primera señal.
Una presentación de esta gira se realizó en el Teatro Juan de Vera, en la capital correntina. Para el viernes 8 de septiembre de 1989 estaba programada la segunda presentación en Bella Vista. Ésta nunca llegó a realizarse.
Es que ya en Bella Vista los chamameceros realizaban una prueba de sonido en el club donde sería el recital. En ese momento, Yacaré Aguirre habría coordinado una entrevista con un programa radial del conocido radio-cable de la ciudad. Segunda señal. Parte de los músicos y el presentador fueron a la entrevista periodística con la idea de volver a las 18 para el ensayo general.
Después de un programa ameno en el radio-cable, que de tan ameno se extendió más de los esperado, a las 19.30 de aquel viernes, Zitto, Johnny Berh, los Sheridan, Paniagua, Yacaré Aguirre, Miño, González, Scófano, Tito Gómez y Espínola volvieron a subir al colectivo junto a los dos choferes. Estaban llegando tarde al ensayo.
Cuando llegan a la primera esquina e intentan doblar, una camioneta mal estacionada obliga al chofer del colectivo a girar bruscamente quedando la trompa del transporte apuntando hacia el río. Tercera señal.
Consciente de la pendiente, el chofer “tranca” una rueda contra un cordón e intenta dar marcha atrás al viejo Aklo (marca del colectivo) de procedencia inglesa. Pese a acelerar a fondo el motor no consiguió mover el trasto. Cuarta señal.
Ante los intentos fallidos y la premura de los músicos, Ricardo Scófano, que había nacido en Bella Vista y conocía la zona, le dijo al conductor: “Esta porquería no va a subir marcha atrás, más vale que des la vuelta por abajo y salimos por otra calle. Como la tarde había oscurecido y la visión sólo llegaba hasta donde llegaba la luz de los faros, el chofer, que a diferencia de Scófano no conocía la ciudad, no pudo notar que al final de esa bajada estaba el Paraná y accedió al pedido. Quinta señal.
Una presentación de esta gira se realizó en el Teatro Juan de Vera, en la capital correntina. Para el viernes 8 de septiembre de 1989 estaba programada la segunda presentación en Bella Vista. Ésta nunca llegó a realizarse.
Es que ya en Bella Vista los chamameceros realizaban una prueba de sonido en el club donde sería el recital. En ese momento, Yacaré Aguirre habría coordinado una entrevista con un programa radial del conocido radio-cable de la ciudad. Segunda señal. Parte de los músicos y el presentador fueron a la entrevista periodística con la idea de volver a las 18 para el ensayo general.
Después de un programa ameno en el radio-cable, que de tan ameno se extendió más de los esperado, a las 19.30 de aquel viernes, Zitto, Johnny Berh, los Sheridan, Paniagua, Yacaré Aguirre, Miño, González, Scófano, Tito Gómez y Espínola volvieron a subir al colectivo junto a los dos choferes. Estaban llegando tarde al ensayo.
Cuando llegan a la primera esquina e intentan doblar, una camioneta mal estacionada obliga al chofer del colectivo a girar bruscamente quedando la trompa del transporte apuntando hacia el río. Tercera señal.
Consciente de la pendiente, el chofer “tranca” una rueda contra un cordón e intenta dar marcha atrás al viejo Aklo (marca del colectivo) de procedencia inglesa. Pese a acelerar a fondo el motor no consiguió mover el trasto. Cuarta señal.
Ante los intentos fallidos y la premura de los músicos, Ricardo Scófano, que había nacido en Bella Vista y conocía la zona, le dijo al conductor: “Esta porquería no va a subir marcha atrás, más vale que des la vuelta por abajo y salimos por otra calle. Como la tarde había oscurecido y la visión sólo llegaba hasta donde llegaba la luz de los faros, el chofer, que a diferencia de Scófano no conocía la ciudad, no pudo notar que al final de esa bajada estaba el Paraná y accedió al pedido. Quinta señal.
El recorrido final
No bien el neumático zafó del cordón que frenaba al
colectivo, éste empezó a andar la bajada. A medida que las ruedas completaban
un giro, la aceleración aumentaba. Después de unos cuantos metros, la velocidad
ya era de más de 100
kilómetros por hora, según determinaron los peritajes.
En la primera curva, el colectivo ya estaba totalmente fuera de control, hamacándose sobre sus costados, quedando sostenido primero por las dos ruedas derechas y después por las izquierdas, según recordaron los sobrevivientes. “Los frenos no funcionan”, gritó el chofer, sin saber cómo detener la marcha mortal y con un coro de desgarradores gritos detrás.
Fueron 300 los metros que recorrió el colectivo. El último grito que se escuchó fue el de Scófano: “¡¡¡Guarda que nos vamos al agua!!!”. En los últimos metros, las dos ruedas golpean el cordón de la costanera y el tren delantero del Aklo se despegó del suelo y volteó una palmera, las ruedas traseras derribaron la baranda provocando un estampido, después fue todo silencio.
Dentro del colectivo suspendido en el aire, los relatos de los sobrevivientes aseguran que Zitto Segovia, sentado en el apoyabrazos de unos de los asientos del pasillo aturdió: “Jesús, yo no sé nadar”.
Carlos Miño abrió en el aire una de las ventanilla previendo una vía de escape. La altura que verticalmente separó el punto en que el micro abandonó la bajada de la superficie del agua era de aproximadamente15 metros
El colectivo se inclinó hacia delante por el peso del motor. Cuando impactó a unos30 metros
de la costa por el impulso que traía de la bajada, estalló el parabrisas
irrumpiendo violentamente el agua al interior, impidiendo a los choferes
despegarse de sus asientos. Hacía mucho frío, razón por la cual todos iban
abrigados con camperas y todas las ventanillas cerradas. Todos condimentos que
fueron mortales.
En la primera curva, el colectivo ya estaba totalmente fuera de control, hamacándose sobre sus costados, quedando sostenido primero por las dos ruedas derechas y después por las izquierdas, según recordaron los sobrevivientes. “Los frenos no funcionan”, gritó el chofer, sin saber cómo detener la marcha mortal y con un coro de desgarradores gritos detrás.
Fueron 300 los metros que recorrió el colectivo. El último grito que se escuchó fue el de Scófano: “¡¡¡Guarda que nos vamos al agua!!!”. En los últimos metros, las dos ruedas golpean el cordón de la costanera y el tren delantero del Aklo se despegó del suelo y volteó una palmera, las ruedas traseras derribaron la baranda provocando un estampido, después fue todo silencio.
Dentro del colectivo suspendido en el aire, los relatos de los sobrevivientes aseguran que Zitto Segovia, sentado en el apoyabrazos de unos de los asientos del pasillo aturdió: “Jesús, yo no sé nadar”.
Carlos Miño abrió en el aire una de las ventanilla previendo una vía de escape. La altura que verticalmente separó el punto en que el micro abandonó la bajada de la superficie del agua era de aproximadamente
El colectivo se inclinó hacia delante por el peso del motor. Cuando impactó a unos
Llanto sobreviviente
Carlos Miño habría logrado salir por la ventanilla y detrás
de él fue Tito Gómez. Éste tardó más en salir porque no veía nada ya que había
perdido sus anteojos. Recién cuando el colectivo tocó el fondo del río logró
despegarse del chasis y emergió a la superficie, exhausto de bracear.
“En plena oscuridad no alcanzaba a visualizar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de sus compañeros de infortunio pidiendo auxilio. El río estaba encrespado esa noche, la corriente del canal lo arrastraba rápidamente río abajo y comenzó también su pedido de ‘socorro’, ‘auxilio’”, cuenta un relato sobre la tragedia. Un pescador escuchó esos gritos y corrió por la costanera hasta el lugar en que el Paraná lo llevaba inexorablemente hacia la muerte. “¡Vení nadando para acá!”, le gritó. “No sé nadar”, fue la respuesta de Gómez.
El pescador le arrojó un salvavidas y con esa ayuda alcanzó la costa. “Dios lo apartó del infortunado destino que corrieron los ocho ahogados”, aseguran los que conocen la historia.
“En plena oscuridad no alcanzaba a visualizar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de sus compañeros de infortunio pidiendo auxilio. El río estaba encrespado esa noche, la corriente del canal lo arrastraba rápidamente río abajo y comenzó también su pedido de ‘socorro’, ‘auxilio’”, cuenta un relato sobre la tragedia. Un pescador escuchó esos gritos y corrió por la costanera hasta el lugar en que el Paraná lo llevaba inexorablemente hacia la muerte. “¡Vení nadando para acá!”, le gritó. “No sé nadar”, fue la respuesta de Gómez.
El pescador le arrojó un salvavidas y con esa ayuda alcanzó la costa. “Dios lo apartó del infortunado destino que corrieron los ocho ahogados”, aseguran los que conocen la historia.
Ya en la costa, solo, perdido y en estado de shock… lloraba.
De pronto, escuchó una voz que le gritaba “¡Tito, Tito!”. En sus ojos nublados
se fue aclarando la figura de Ricardo Scófano. Se abrazaron y lloraron a los
pies del Paraná que parecía impune.
Un sentimiento profundo en líneas tristes
Colectivo con alas
El 8 de septiembre quedó marcado para siempre en el corazón de los
correntinos, con esa marca que sólo deja el luto, la tristeza, lo inexplicable.Allí se fueron los que habían florecido, los que estaban floreciendo, los que ya habían hecho una huella y los que empezaban a transitarla desde el chamamé.
Había entre ellos compositores, acordeonistas, cantores, recitadores, guitarristas, bailarines, un cúmulo de gente feliz en la plenitud de sus carreras y en un momento en que el chamamé, después de una larga postergación, empezaba a brillar con una fuerza que ni la misma tragedia ya pudo empañar, porque, a pesar del dolor, el chamamé se irguió, se doblegó, sacó fuerzas, voces y sonidos desde lo más profundo y renació en cada nueva propuesta.
¿Pero qué paso con los que quedaron? El olvido injusto condenó a algunos de ellos, otros prefirieron guardar silencio, y comenzar de nuevo como podían, porque no sólo sobrevivieron los que pudieron saltar de aquella loca carrera emprendida por ese colectivo que, a decir de los que lo vieron, “parecía tener alas”, alas rotas que lo hicieron llegar apenas hasta el agua inconmovible. Están también los que tenían que ir y el destino desvió su camino, y por ese motivo se consideran lógicamente sobrevivientes.
Si uno visita Bella Vista en cualquier época del año, pero especialmente en septiembre, y se pone a conversar con algún solitario pescador en esas costas, puede sentir, puede ver y revivir, por un momento, todo aquello, observando las aguas y sus remolinos tramposos, la fuerza de esas corrientes que parecen enormes cintas que se mueven caprichosamente, puede imaginar a la distancia en la costanerita, aquel “colectivo con alas” rumbo al infinito, y la alfombra rosada de los lapachos le dan ese marco increíble de sol, color, agua, playas… y a los lejos, muy a lo lejos… el viento parece traer acordes de guitarra y acordeón, la voz de Michel, de Zitto y a Yacaré diciendo: “¡Sí, señor, Corrientes tiene payé!”.
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